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sábado, 4 de enero de 2014

EL BOSQUE

ARTE Y JARDINERÍA

El bosque no sólo está poblado de árboles, arbustos, gramíneas y flores de todo tipo, también lo conforman hongos parásitos, musgos y líquenes microscópicos, lianas que se abrazan a las ramas, además de todo tipo de insectos, algunos de los cuales son nocivos para los árboles.



Los árboles para protegerse, fabrican excrecencias (agallas), que parecen la obra de un escultor delirante y genial. Todas estas rarezas naturales hacen de los bosques verdaderos laboratorios de curiosidades a cielo abierto, donde cada espécimen vivo actúa en interacción con sus próximos.

Los políporos

Estos hongos parásitos representan una amenaza para el bosque, pues atacan preferentemente a los árboles enfermos o inadaptados al medio. Aunque durante unos años el árbol pueda llegar a acomodarse a la presencia del hongo, éste acaba por pudrir la madera, cuyo color (blanco, pardo) es característico de la especie o grupo de especies al que pertenece, y por matar al portador.

Entre las curiosidades más comunes, se encuentra la del políporo multicolor (Trametes versicolor). Se trata de un hongo pequeño y elegante, de carne consistente pero delgada. Su sombrero es abigarrado y con estrías concéntricas que van del verde al negro, pasando por marrón-rojizo; se presenta en conglomerados de varios de ellos, imbricados sobre troncos muertos o tocones.

En un bosque natural, todas las setas tienen un cometido ecológico indispensable, parecido al de los predadores en el mundo animal. Pero también pueden resultar nocivas en los bosques repoblados y en curso de explotación, especialmente en los de coníferas.

Las lianas, unas plantas muy cariñosas

Otra singularidad del bosque son las lianas: asaltan árboles y arbustos a la búsqueda de la luz, llegando incluso a ahogarlos; una confrontación en la que no siempre resultan ganadoras.

La fragante madreselva (Lonicera periclymenum) elige un vegetal, preferentemente joven, para llegar hasta la luz; y comprime
tanto el tallo, que éste aumenta de tamaño hasta formar una espiral que encierra a la liana. La madreselva es una planta medicinal prácticamente desconocida, que todavía no ha desvelado todas sus propiedades. Sus flores (5 g/l), en infusión de agua hirviendo durante cinco minutos, calman la tos espasmódica; mientras sus hojas secas, preparadas en decocción y administradas en gargarismos, curan las anginas.

En cuánto a la zalamera clemátide (Clematis vitalba), es una asesina. Prospera en las veredas soleadas (y en los campos yermos), en suelos ricos en nitrógeno, creando un muro vegetal tan espeso, que aplasta a la planta madre. Se agarra a ella con los peciolos volubles de sus hojas.

La hiedra trepadora (Hedera helix) no es estrictamente un parásito, pero cuando se fija mediante zarcillos, no deja que los
arbustos se desarrollen adecuadamente; en especial, impide la apertura de las yemas. Florece en otoño, siempre y cuando trepe por un tronco; en caso contrario, horizontal y reptante, permanece siempre verde. Sus hojas son coriáceas y polimorfas: lobuladas cuando permanecen a la sombra del sotobosque y enteras cuando les da la luz. Sus frutos son tóxicos, en cambio sus hojas frescas, aplicadas en cataplasma, calman las inflamaciones, neuralgias y reumatismos.

La hierba de los mendigos. Las hojas frescas de la clemátide son vesicantes: si se trituran con la mano, producen quemaduras.
Antaño, los mendigos la utilizaban para producirse úlceras ficticias y provocar con ellas compasión (desaparecían al frotarlas con hojas de acelga). En medicina se utilizan las flores, hojas y corteza: preparadas en linimento, calman los dolores reumáticos debido a sus propiedades analgésicas. La tintura de hojas frescas, en aplicación externa, tiene propiedades antineurálgicas y es un tónico venoso.


Fuente: Bosques y florestas. Vincent Albouy. Editorial H Blume



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